Genga es un pequeño castillo de la Edad Media, junto a muchos otros que cubren las alturas de los valles internos de la región de Ancona. El castillo yace sobre una plataforma rocosa y estrecha de una empinada ondulación del monte Giunguno que se alza casi improvisamente desde los tortuosos recorridos del río Sentino que nace en Sassoferrato, a 9 km de distancia. El lugar es un amplio barreño, cerrado por los montes Ginguno, Ercole y Gallo.
El Castillo conserva gran parte de la muralla de defensa edificada a medida que el pueblo se ampliaba y las amenazas de ocupación requerían la potenciación del sistema de defensa. Genga pertenece siempre a la Marca. Comprende venticuatro fracciones; linda con los municipios de Sassoferrato, Fabriano, Serra S. Quirico y Arcevia. El escudo del municipio es aquel antiquísimo de sus condes; el águila negra coronada de oro en campo azul. Se accede al burgo por la única puerta de arco, fortificada, donde aún se pueden ver los alojamientos de las guardias, en el pasado encargados de la tutela y defensa del pueblo asentado entre el antiguo y el moderno palazzo dei conti.
De la cumbre se puede tener una vista inmediata de todo el valle que, si bien no tiene una gran extensión, es agradable por las agitadas variaciones del territorio y por las alternadas imágenes de resplandecientes estensiones cromáticas de las rocas y de cambiantes vibraciones de los verdes bosques. La red y la estructura interna del pueblo entre iglesias, calles y edificios armonizan en perfecta concordancia con las calidades del ambiente y las funcionalidades del proyecto de construcción.
La puerta de arco introduce en un solo respiro en el corazón del poblado presentándonos, con inmediata franqueza, los símbolos institucionales sobre los cuales se centra y todavía se funda, en cierto modo, la vida pública de los habitantes, la iglesia nueva de la Asunción, a la cual se topa frontalmente la majestuosa fachada del antiguo edificio señorial de los Condes del Genga con su evolución cóncava, tal de parecer casi un noble ave de rapiña en el momento de despegar las alas para voltear y volar el profundo valle que se revela cargado de misterio y colores en un amplio y articulado abrazo entre el cielo y la tierra.
En este lugar empinado y, bajo algunos aspectos, contradictorio por la dulzura del clima que lo invade y corrobora, contradictorio precisamente por la impalpable presencia de lo antiguo que se siente como una realidad presente aún si no es moderna. Genga se ofrece con sus casas de varias plantas, dispuestas en grupos, en el área delimitada por el trazado de la muralla medieval y por barreras naturales. La arquitectura castellana se modela en los prototipos de las tipologías defensivas más generales del interior de Le Marche, donde la astucia militar hace uso de las predisposiciones del paisaje, siendo modesta y vulgar pero al mismo tiempo robusta y misteriosamente macabra. Es una arquitectura que se concluye en los ornamentos, decoraciones que civiliza su viril dureza; las casas adosadas se agrupan sobre los espolones de la roca que viva se aferra y ensarta en las paredes maestras según una unión icástica, que no podría ser de otro modo, para definir la naturaleza fuerte y dulce de sus habitantes; un poco áspera y reservada quizás, pero sensible y naturalmente generosa.
El burgo distribuye su aglomeración urbana, con armoniosa simplicidad, la arquitectura y la linealidad de la articulación vial constituida por una única arteria, que como decumano elíptico sigue el recorrido del perímetro defensivo: la muralla. Y es siguiendo ésta que, después de haber girado alrededor de la fábrica del siglo XVII de la iglesia de la Asunción, se llega a la plaza del burgo, desde aquí parten pequeñas callejas angostas transversales; allí también se encuentra la fábrica de la antigua iglesia de San Clemente, de la cual ya se habla en la concesión en enfiteusis del castilla de Genga, en el 1090, a los condes Alberto, Ugo y Suppo, hijos de Alberico, ahora ya no más destinada al culto; ésta, en la plaza, está en la esquina de la canónica.
Los orígenes del Castillo de Genga se pierden en la oscuridad de los tiempos lejanos. Leyendas poéticas reconducirían los orígenes a los templos del rey Pirro, un cierto Lucio Sentinate, después de haber militado inicialmente con aquel rey y después con los romanos, compró el monte Giunguno y edificó en él el Castillo de Genga. Otra leyenda cuenta que una muchacha de nombre Genga se enamoró de un alemán de nombre Gallo, con el cual contrajo matrimonio dando origen a la familia de los Condes de Genga. Ciertamente podemos considerar que poblaciones procedentes del valle del Sentino, quizás gente picena, se establecieron en el territorio; después llegaron los Umbros que junto con los picenos ocuparon todo el Piceno Annonario. En el año 386 A.C. gran parte de este territorio fue invadido por los Senones que, echados en el 283 A.C. por los Romanos, establecieron varias colonias, entre las cuales la más consistente es la de Senigallia. En época romana, el territorio de Genga debería haber formado parte del Municipio de Sentinum.